por Jorge González
Ver las mesas de muertos, especialmente las de Yucatán, parecería que solo los pueblos indígenas elaboran dichos altares, es notorio ver utensilios de jícaras, hojas de palma, comida popular, velas de cera de abeja, tal pareciera que la mayoría de los muertos son indígenas mayas. Mucho se ha hablado del tema, especialmente sobre el origen netamente prehispánico, si bien es cierto que antes de la llegada de los españoles los mesoamericanos practicaban el culto a la muerte, no existía una fecha especial para ello, no fue sino después de la conquista cuando las costumbres españolas de Todos los Muertos y fieles difuntos influyeron para que la celebración fuera en estas fechas. Es decir el sincretismo de ambas culturas ha sido un tema recurrente para explicarlo, pero desde 1861 cuando el gobierno se hizo cargo de los cementerios se creo la costumbre de visitar los cementerios y llevar flores y velas. Aquí, no podemos omitir la influencia de Octavio Paz sobre la idea de que el día de muertos es el resultado de la mezcla de estas costumbres. En Mérida la diferencia de clases también se ha notado en el altar de muertos, las decoraciones con hojas de palma se combinan con los manteles de encaje bordado, el atole con las cervezas artesanales, las velas con las cintas de ceda francesa, los dulces de calabaza con los mazapanes de almendra, por cierto que cada vez más caros. El Pib, por supuesto está en todos los lugares. Las epidemias, las catástrofes también han contribuido a la permanencia de estas tradiciones, es el día que los mexicanos recordamos a los muertos, les iluminamos el camino y los invitamos a comer a nuestras casas. Ha sido así por muchos años y ni los períodos más difíciles de nuestra historia han impedido la celebración.
